FermÃn, como siempre le llamamos los alumnos, fue durante más de 30 años el conserje del colegio. Pero no sólo eso, FermÃn, con su inseparable manojo de llaves era quien te abrÃa la clase cuando habÃas olvidado la trenka o el verdugo. Era acomodador, corta entradas o vendedor de palomitas en aquellas inolvidables tardes de cine dominical en nuestro salón de actos.
FermÃn también era la persona a quien acudÃas a pedir el balón con el que emular a los Pirri, Gárate o Johan Cruyff en las mañanas de futbito en el patio o en el foso. Porque hubo un tiempo en el que, donde hoy hay un polideportivo, antes habÃa un suelo de piedra y cemento en el que te desollabas las rodillas, y en vez de césped artificial en el campo de fuera, dura tierra llena de agujeros.
Y claro, como era frecuente, si acontecÃa algún percance, allà estaba FermÃn para ponerte mercromina o llevarte al seguro escolar si aquello revestÃa mayor gravedad.
Todos los chicos de mi generación, los que estudiaron en el colegio en los años 60 y 70, recordamos el silbato de FermÃn advirtiendo que una pequeña travesura comenzaba a traspasar el lÃmite de lo permitido.
Y qué decir las mÃticas excursiones al pantano de Cazalegas, con bocata y cantimplora, en las que FermÃn siempre acababa repartiendo Mirindas y Cocacolas.
FermÃn tiene ya 97 años y continúa acercándose casi diariamente hasta su casa menesiana. Esperamos que este pequeño homenaje sirva siquiera para devolverle algo de lo mucho que él nos dio. ¡Gracias FermÃn por tanto a cambio de tan poco!